¿Cuándo conoci a Gianni Toti? No lo sé, se que siempre le he visto en los festivales de cine, los congresos, y la imagen que se ha formado en mi mente desde finales de los setenta, es la de el acercándose al estrado de los ponentes, o alzándose durante una discusión, para tomar la palabra. Toti en efecto toma la palabra, más bien, toma las palabras. Toma la palabra y como el mismo dice, no la suelta más. No solo; toma la palabra, las palabras y hace lo que quiere. O quizás hace aquello que la palabra misma quisiera que le hicieran; le da vida. Con el abatimiento unánime de los traductores, que han de estar detrás de sus acrobacias. Cuando tenía veinte años, y Toti tomaba la palabra, me acomodaba mejor en la silla y me disponía, con trabajosa alegría, a la labor y el placer de adentrarme en pensamientos distintos a aquellos de los ponentes previos y sucesivos.
Después le he encontrado en festivales y congresos de Video, y es ahí donde le he conocido; afectuoso y severo, curioso y riguroso, abierto e intransigente. Al mismo tiempo confortable y incomodo. Estaba descubriendo sus primeros videopoemas, y al fatigoso gozo de caminar en su bosque de palabras se sumaba ahora el placer-trabajo del sonido y las imágenes, que me llevaban juntas adelante (el futuro de la audio-visión artística) y atrás, a la maravilla de mis primeros verdaderos descubrimientos cinematográficos (Eisenstein, Vertov, las vanguardias históricas internacionales). Y también gracias a su obra decidí desviar mis estudios a la profesión de investigadora universitaria en el videoarte.
Y, a un cierto punto, he tenido el privilegio de vivir con Toti una experiencia realizadora, desde el primer destello de la idea hasta la post-producción y las varias presentaciones públicas de la obra terminada; Planetopolis (1994). En aquella ocasión – se trata en realidad de dos años enteros, del viaje a Moscú en 1992 a la conclusión del trabajo en el CICV de Montbeliard-Belfort a principios del 1994- pude habitar en el universo totiano; en su inmensa cultura (literaria, musical, cinematográfica, figurativa, científica…), la cultura que muchos verdaderos comunistas tuvieron una vez, como autodidactas apasionados e infatigables; en su lucidez a veces despiadada, en su placer de existir, en su dolor abisal por la muerte de Marinka Dallos, compañera de vida.
En sus extraordinarios recuerdos; de la resistencia, del Che Guevara, Fidel Castro, Salvador Allende, de una tribu de indios con quienes había convivido meses y meses, de viaje por todo el mundo. Y he podido vivir un poco en su modo de trabajo: que piensa cada imagen, cada sonido, cada frase, en su alcance poético (metafórico, alegórico, evocativo) pero que también sabe abandonarse al descubrimiento imprevisto, a la maravilla de efectos consentidos de la tecnología electrónica (y indagar en su valor herético y excéntrico respecto a la ingeniería de las maquinas) que se convierten en figuras de escritura, nuevos procedimientos audio-visivos para activar el pensamiento, enigmas, cortocircuitos, atentados que dinamitan el sentido común y la retorica banal.
Toti ha sido para mí un maestro en un periodo adulto de mi vida, y no solo en un terreno operativo, de realización, en el sector que me apasiona, en el campo en el que trabajo. Toti me ha enseñado a no conformarme ante el primer sentido de las cosas, a ver el revés. Me ha adiestrado en el ejercicio de la crítica y la duda: a demoler mentalmente, para ver lo que se salva, también de las cosas y personas que más amamos. A poner a prueba mentalmente mi idea de un libro, de una experiencia. Manteniendo la capacidad de entusiasmo y pasión: el desapego y el cinismo, el academicismo y la erudición estéril están totalmente alejados de él.
Ha agravado mi impaciencia por el estilo pomposo y árido de tantos estudiosos, mi incomodidad ante la escritura estereotipada de tantos académicos, y me ha llevado a interrogarme sobre mi propio rol: de profesora universitaria, de crítica y estudiosa, de habitante del planeta. La experiencia de Planetopolis ha cambiado, en cierto sentido, mi vida: he hecho más espacio a una dimensión artística, en las personas que frecuento y en la manera de enfrentarme a la llamada “cultura” (Palabra que Toti no ama, por las connotaciones vanidosas, “de salón” y a menudo mercantiles que ha asumido); he tratado de tener mayor coraje en las elecciones profesionales, de ser menos acomodada – incluso conmigo mismo- de no conformarme en la pereza y el confort fácil de la rutina. Le debo a él, el haberme adentrado en el territorio para mi difícil de una realización en video (PlaneToti-Notes, 1997), que cuenta mi experiencia en el CICV durante la post-producción de Planetopolis.
Sé que no es suficiente todavía, que puedo hacerlo mejor… Esta es una frase que Toti repite voluntariamente, incluso a sí mismo: “Apostar por lo difícil y no darse tregua”. No detenerse en definitiva ante el pensamiento más sencillo, o en el camino más directo para alcanzar un objetivo, sino apostar por el razonamiento complejo, el camino inaccesible; y al mismo tiempo no darse tregua a uno mismo, en el estudio, el trabajo, la comprensión, el amor (por las ideas, por las personas) y la lucha (por un planeta unido y digno del término humanidad, contra todos los fascismos y racismos, y contra el totalitarismo de mercado).
Gianni es un agradable “tocahuevos”…. Se reirá de la manera de vestir, de la manera de hablar, de los tics verbales que nos afligen a todos (como la obsesiva repetición de la sigla OK), de las modas de cualquier tipo, de una ignorancia que se expande y resulta absolutamente indisculpable (Como se puede ignorar Dostoievski? Como se puede no haber leído a Flaubert? Joyce? O a Juan de la Cruz?), imposible excusarla cuando se empareja a la arrogancia de los “operadores culturales” o de supuestos artistas prácticamente analfabetos. Toca las narices también cuando viaja en tren; si alguno lee, trata de ver la cubierta del libro, y lo comenta: pide el nombre a la persona y lo comenta, o propone a la persona cambiárselo (Sabrina? Que nombre más cinematográfico, que nombre a la moda: mejor cambiarlo por Brina, un nombre como Brina no lo tiene nadie, es un nombre único…).
Admiro en Toti (y he tratado de aprenderlo, pero no siempre lo consigo) este ofrecimiento suyo, por todo el mundo, con cualquiera, como un hermano. De Moscú a Rio, de La Habana a Nueva York, de Tokio a Paris. Para después quizás llegar a discutir, pelear incluso. Pero siempre con este comportamiento de curiosidad y disponibilidad, con este apetito de conocimiento y de compartir.
Y en todo el mundo, Toti se enfada siempre más. Tiene la impresión de conocer y compartir siempre menos. Le parece que el espacio se estrecha, las ideas se empobrecen, las esperanzas se nublan. Que se expande la aproximación, la dejadez, la falsa conciencia, incluso en las pequeñas cosas.
De todo lo demás y también de esto, hablan sus obras, en sus últimos años. Siempre con mayor lucidez, sequedad y pesimismo (o poesimismo como él dice). Siguiendo en busca de las pequeñas luces que se encienden aquí y allá.
Creo que a Toti se le agradecerá también este mal humor suyo, por todos los”turbulentos-videos“que nos ha hecho atravesar, por todas las veces que habremos discutido incluso agriamente. Por sus irritaciones, sus disgustos, sus insatisfacciones, por sentirse incomodo, sus malestares, “fuera de lugar” en este mundo que sería bellísimo si…
Sandra Lischi (Docente en la Universidad de Pisa, Codirectora de "Invideo-mostra internazionale di video d'arte e cinema oltre", directora del documental “PlaneToTi Notes” sobre el proceso de realización de Planetopolis) (Texto publicado en francés en la revista “Turbulences Video” n.34, Gennaio 2002, en el ámbito de un homenaje a Gianni Toti).
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