lunes, 30 de marzo de 2009














...Se trata de un intercambio sofisticado y simbólico [...] se trata de destruir, quemar, tirar al mar, hacer añicos la riqueza, de ‘consumirla’ en el sentido en que se consume un leño en el fuego. Es una prestación de tipo agonístico…

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El espíritu de la colmena. ¿Dónde está y qué encarna?. El espíritu es el que fija la hora del gran sacrificio anual al genio de la especie, hablo de la enjambrazón, en que un pueblo entero, llegado a la cúspide de su prosperidad y de su poderío, abandona de pronto a la generación futura todas sus riquezas, sus palacios, sus moradas y el fruto de sus fatigas, para marcharse a buscar a lo lejos, la incertidumbre y la desnudez de una nueva patria.

He ahí un acto que consciente o no, va mas allá de la moral humana. Arruina a veces, empobrece siempre, dispersa inevitablemente, la ciudad dichosa, para obedecer a una ley más alta que la dicha de la ciudad. ¿Dónde se formula esa ley que, según hemos de verlo enseguida, esta lejos de ser fatal y ciega, como se cree?

Obedeciendo a la orden del espíritu, que nos parece bastante poco explicable, considerando que es exactamente contrario a todos los instintos y a todos los sentimientos de nuestra especie, sesenta o setenta mil de las ochenta o noventa mil abejas que conforman la ciudad total, van a abandonar a la hora prescrita la ciudad materna. No partirán en un momento de angustia, no huirán con resolución repentina y azorada, de una patria devastada por el hambre, la guerra o la peste. No, el destierro es detenidamente meditado, y la hora pacientemente aguardada. Si la colmena esta pobre, desolada por las desgracias de la familia real, las intemperies, el saqueo, las abejas no la abandonan. No la dejan sino en el apogeo de su felicidad, cuando, después del trabajo forzado de la primavera, el inmenso palacio de cera con sus ciento veinte mil celdas bien arregladas, rebosa de miel nueva y de esa harina del arco iris que se llama el pan de las abejas.

La colmena nunca esta tan bella como la víspera del heroico renunciamiento.

Ese éxodo no es ni instintivo ni inevitable. No es una emigración ciega, sino un sacrificio que parece razonado de la generación presente a la generación futura. ¿Qué hay de fatal en todo esto, si no es el amor de la raza de hoy a la raza de mañana?

¿La misma fatalidad existe en la especia humana? No produce jamás esos sacrificios totales y unánimes. ¿A qué fatalidad previsora, que remplaza a esta, obedecemos? Se ignora, y no se sabe que ser nos mira como nosotros miramos a la abeja.

Texto completo: http://www.culturaapicola.com.ar/apuntes/libros/la%20vida%20de%20las%20abejas.pdf


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