(Material de Marienbad)...
«[...] Nadie se fijó en la tormenta, toda la atención, todo el embeleso, todo el éxtais se concentraba en torno a un solo personaje. Iba de pie, inmóvil en el enorme coche negro que doblaba lentamente hacia la plaza. [...]
Súbitamente se hizo el silencio, sólo se oía el chapoteo de la lluvia sobre los adoquines y las balaustradas. El Führer estaba hablando. Fue un discurso corto, yo no entendí mucho, pero la voz era a veces solemne, a veces burlona; los gestos exactos y adecuados. Al terminar el discurso todos lanzaron su 'Heil', la tormenta cesó y la cálida luz se abrió paso entre formaciones de nubes de un negro azulado. Una enorme orquesta empezó a tocar [...]
Yo no había visto jamás nada parecido a este estallido de fuerza incontenible. Grité como todos, alcé la mano como todos, rugí como todos, amé como todos.
[...]
El día de mi cumpleaños la familia me hizo un regalo. Era una fotografía de Hitler. Hannes la colgó encima de mi cama para que "tuviera diempre a ese hombre delante de mis ojos", para que aprendiera a amarle como le amaban Hannes y toda laa familia Haid. Yo también le amé. Durante muchos años estuve de parte de Hitler, alegrándome de sus éxitos y lamentando sus derrotas.
[...]
Cuando los testimonios de los campos de concentración se abatieron sobre mí, mi entendimiento no fue capaz, en un primer momento, de aceptar lo que veían mis ojos. Al igual que muchos otros, yo decía que eran infundios propagandísticos. Al vencer, finalmente, la verdad a mi resistencia, fui presa de la desesperación, y el desprecio de mí mismo, que era ya una carga grave, se acentuó hasta rebasar el límite de lo soportable. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que, a pesar de todo, yo era bastante inocente.
Yo me callé mis extravíos y mi desesperación. Una extraña decisión fue madurando poco a poco: ¡nunca más política! Obviamente hubiera debido decidir algo completamente distinto.»
Citas extraídas de La linterna mágica, autobiografía de Ingmar Bergman
...........
Malos recuerdos
La vergüenza es un sentimiento revolucionario
Karl Marx
Llevo colgados de mi corazón
Los ojos de una perra y, más abajo,
Una carta de madres campesina.
Cuando yo tenía doce años,
Algunos días, al anochecer,
Llevábamos al sótano a una perra
Sucia y pequeña.
Con un cable le dábamos y luego
Con las astillas y los hierros. (Era
Así. Era así.
Ella gemía,
Se arrastraba pidiendo, se orinaba,
Y nosotros la colgábamos para pegar mejor.)
Aquella perra iba con nosotros
A las praderas y los cuestos. Era
Veloz y nos amaba.
Cuando yo tenía quince años,
Un día, no sé cómo, llegó a mí
Un sobre con la carta del soldado.
Le escribía su madre. No recuerdo:
“¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.
No te puedo mandar ningún dinero…”
Y, en el sobre, doblados, cinco sellos
Y papel de fumar para su hijo.
“Tu madre que te quiere”
No recuerdo
El nombre de la madre del soldado.
Aquella carta no llegó a su destino:
Yo robé al soldado su papel de fumar
Y rompí las palabras que decían
El nombre de su madre.
Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
Pero aunque tuviese el tamaño de la tierra
No podría volver y despegar
El cable de aquel vientre ni enviar
La carta del soldado.
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