AL DORMIR TAN SOLO SOÑAMOS con dos formas de gobierno -anarquía y monarquía-. La raíz primordial de la conciencia nunca juega limpio ni entiende de política. ¿Un sueño democrático? ¿Un sueño socialista? Imposible.
Ya traigan mis REM cuasi proféticas visiones pastorales o mera complacencia vienesa, sólo reyes y salvajes pueblan mis sueños. Mónadas y nómadas.
El pálido día (cuando nada brilla con luz propia) llega furtivo e insinuándose sugiere que nos comprometamos con una realidad triste y opaca. Pero en el sueño jamás nos gobiernan sino el amor o la brujería, que son las habilidades de caóticos y sultanes.
Entre un pueblo que no sabe crear o jugar, sino que sólo sabe trabajar, los artistas tampoco conocen otra elección que la anarquía o la monarquía. Al igual que el soñador han de poseer y de hecho poseen sus propias percepciones, y por ello han de sacrificar lo meramente social a una "musa tiránica". El arte muere cuando se lo trata "con justicia". El arte ha de gozar del salvajismo de un troglodita o si no le ha de llenar la boca de oro algún príncipe. Los burócratas y el personal de venta lo envenenan, los profesores lo mastican y los filósofos lo escupen. El arte es una especie de barbaridad bizantina sólo apta para nobles y paganos.
Si hubieras conocido la dulzura de la vida como poeta en el reino de algún corrupto, decadente, inepto y ridículo pachá o emir, de un sha de Qajar, de un Rey Farouk, de una Reina de Persia, sabrías que esto es todo lo que cualquier anarquista ha de desear. ¡Cómo amaban los poemas y pinturas, esos opulentos tontainas muertos, como absorbían todas las rosas y brisas frescas, todos los tulipanes y laúdes!
Detestar su crueldad y capricho, sí -pero al menos eran humanos-. Los burócratas, sin embargo, los que embadurnan las paredes de la mente con mugre sin olor -tan amables, tan gemutlich- los que contaminan el aire interior con anodinia, esos no son ni merecedores de odio siquiera. Apenas existen fuera de las ideas sin sangre a las que sirven.
Y además: el soñador, el artista, el anarquista ¿es que no comparte algún tinte de capricho cruel con el más infame de los mogoles? ¿Puede la verdadera vida ocurrir sin alguna locura, algún exceso, sin algún asalto de "lucha" heracliteana? Nosotros no gobernamos -pero no podemos ni seremos gobernados-...
El anarquismo clásico del siglo XIX se definió en su lucha contra la corona y la iglesia, y por tanto a un primer nivel de conciencia se define como igualitario y ateo. La retórica obscurece, en cualquier caso, lo que ocurre realmente: el "rey" se convierte en "anarquista", el "sacerdote" en un "hereje". En este extraño dúo de mutabilidad el político, el demócrata, el socialista, el ideólogo racional no tienen cabida; están sordos a la música y les falta todo sentido del ritmo. El terrorista y el monarca son arquetipos; los demás son meros funcionarios...
Si estamos vinculados a alguna ética o moral ha de ser la que nosotros mismos hayamos imaginado, fabulosamente más exaltada y más liberadora que el "ácido morálico" de puritanos y humanistas. "Sentíos como un dios", "vos lo sois."
Las palabras monarquía y misticismo se usan aquí en parte pour épater simplemente a aquellos anarquistas iguali-ateos que reaccionan con pío horror frente cualquier mención de pompa o creencia supersticiosa. ¡Que no haya revolución con champan para ellos!
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