jueves, 18 de agosto de 2011

No sabría, hasta mucho después, que aquel estado de gozo era el de la propia vida, que venía dado con ella, y que si lo perdemos -cosa que suele ocurrir con aquello que llamamos "edad de razón"- es por efecto de la reflexión, palabra ésta que ha de tomarse tanto en su sentido literal como en el más cotidiano. La re-flexión, en efecto, es un primer doblez. Es pensamiento que nos dice y, al hacerlo, nos flexiona, nos divide y enfrenta. Cuando el niño empieza a hablar de sí en tercera persona aún está a salvo: aquel personajillo del que habla le incumbe sólo relativamente, pero, en cuanto dice yo, entonces, el pliegue se efectúa y, con ella, la separación. Decir yo es enajenarse. Lo ajeno es, evidentemente, nuestro personaje, aquel que nos re-presenta. Apenas pronunciado, el pronombre yo lo hace ya cargado del veneno por cuyo efecto dejamos de sernos y empezamos a sabernos; es lo que las mitologias atribuyen a la sierpe. Cuando el niño dice yo, se ha enajenado en su reflejo, en su doble, y aquel ser primero que no se sabía siendo ha quedado asombrado, reducido a una sombra.

Bélgica (pág. 16)

1 comentario:

alfonso vallès dijo...

Brillant ! En effecto que es lo que dejamos cuando empesamos a decir yo ?