lunes, 23 de mayo de 2011

No quiero infundir miedo alguno; no hay nada en el mundo de lo que más me avergüence. Prefiero ser despreciado a ser temido.

No es posible hacerse idea de hasta qué punto va a ser peligroso el mundo sin animales.

Los puestos honoríficos son para los débiles mentales; es mejor vivir en el oprobio que en el honor; sobre todo, ninguna dignidad; libertad, a cualquier precio, para pensar. A uno los honores se los cuelgan como tapices en torno a los ojos y los oídos; quién hay que continúe viendo; quién hay que continúe oyendo; en los honores los sueños se asfixian y los buenos años se agostan.























A quien hemos visto dormir, ya no le podremos odiar nunca.

Los animales no sospechan que nosotros les damos nombres. O lo sospechan, y entonces es por esto por lo que nos temen.

Representar la muerte como si ésta no existiera. Una comunidad en la que todo marcha de tal manera que nadie sabe nada de la muerte. En la lengua de esta gente no hay ninguna palabra para designar la muerte, y tampoco hay ninguna manera de referirse a ella conscientemente dando un rodeo. Incluso en el caso de que uno se propusiera quebrantar las leyes, y sobre todo este precepto - que no está escrito ni está formulado de palabra - y quisiera saber de la muerte, no podría hacerlo, porque para este concepto no encontraría ninguna palabra que los demás entendieran. A nadie se le entierra y a nadie se le incinera. Nadie ha visto aún un cadáver. Los hombres desaparecen, nadie sabe adónde van; un sentimiento de vergüenza les aparta de repente; como el estar solo se ve como algo pecaminoso, la gente no menciona a los ausentes. A menudo vuelven y la gente se alegra de que alguien vuelva a estar allí. El tiempo en que estuvieron separados y solos lo ven como una pesadilla de la que no están obligados a hablar. De estos viajes, las embarazadas traen niños; dan a luz solas, en casa podrían morir durante el parto. Incluso los niños muy pequeños se marchan de repente.












En la Historia se habla poco, demasiado poco, de animales.

Lo más difícil será no odiarse a uno mismo, no sucumbir al odio a pesar de que todo está lleno de odio; no odiarse sin motivo, ser justo con uno mismo como con los demás.

¿Y cuál es el pecado original de los animales? ¿Por qué los animales padecen la
muerte?






















¡Oh animales, queridos, terribles, moribundos animales!; ¡pateáis, os comen, os digieren y os asimilan; animales de presa y despedazados entre sangre; animales huidos, reunidos, solitarios, avistados, acosados, destrozados!; ¡animales no creados, robados por Dios; expuestos a una vida de trampas, como niños expósitos!

Ya no hay grandes palabras. La gente, de vez en cuando, dice «Dios», simplemente para pronunciar una palabra que una vez fue grande.

Los animales que faltan: las especies que no han aparecido porque el progreso del hombre se lo ha impedido.


















Para mí es mejor leer cosas sobre los pueblos primitivos que verlos. Un solo pigmeo de África me llevaría a plantearme más preguntas desconcertantes que las que permite la ciencia en los últimos cien años. Pienso la realidad de un modo despectivo por el sólo hecho de ejercer sobre mí una influencia tan enorme. Ella en modo alguno es ya aquello que los otros llaman realidad, ni algo duro ni algo idéntico a sí mismo, ni acción ni cosa; es como una selva virgen que crece ante mis ojos, y mientras crece ocurre en ella todo lo que es propio de la vida de una selva virgen. De ahí que tenga que defenderme de un exceso de realidad, de lo contrario mis selvas vírgenes me destrozan. De una forma más suave, y por esto mismo aún soportable, la gente se agencia la realidad mediante imágenes y descripciones. También ellas cobran vida en nosotros, pero tienen una forma más lenta de crecer. Son más tranquilas y están más diseminadas y andan a tientas cautelosamente buscándose unas a otras. Pasa bastante tiempo hasta que se encuentran. Pero lo que en ellas falta sobre todo, es la terrible fuerza con que la realidad salta sobre nosotros, un hermoso, resplandeciente animal de presa que devora al hombre.

Estás hablando siempre de animales, estás entusiasmado con ellos; pero luego ni siquiera te das cuenta de cuándo estás más cerca de la vida animal: entre estafadores y estafado.

Elias Canetti - La provincia del hombre

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