domingo, 3 de enero de 2010

"Conectada la vida con el carnaval, el paso siguiente es ligarnos a la fiesta, con ella la sociedad se libera de las normas impuestas, se burla de sus dioses, principios y normas, se niega a sí misma"
Octavio Paz

... El sabio sólo ríe temblando. De qué labios colmados de autoridad, de qué pluma perfectamente ortodoxa ha caído esta extraña y sobrecogedora máxima? Nos viene del rey filósofo de Judea? Hay que atribuirsela a Joseph de Maistre, ese soldado animado del Espíritu Santo? Tengo un vago recuerdo de haberla leído en uno de sus libros, pero dada como cita, sin duda. Su severidad de pensamiento y de estilo se acomoda a la santidad majestuosa de Bossuet; pero el giro elíptico del pensamiento y su fineza quintaesenciada me inclinarían más bien a atribuirle el honor a Boudaloue, el implacable sicólogo cristiano. Esta máxima singular no deja de presentarse a mi espíritu desde que concebí el proyecto de este artículo y he querido liberarme de ella desde el comienzo.
Analicemos, en efecto, esta curiosa proposición:

El Sabio, es decir, el que está animado por el espíritu del Señor, el que posee la práctica del formulario divino, no ríe no se abandona a la risa, sino temblando. El Sabio tiembla de haber reído; el Sabio teme la risa, como teme los espectáculos mundanos y la concupiscencia. Se detiene al borde de la risa, como al borde de la tentación. Según el Sabio, hay, pues, cierta contradicción secreta entre su carácter de sabio y el carácter primordial de la risa.

En efecto, para desflorar sólo de pasada recuerdos más que solemnes, haré notar - cosa que corrobora perfectamente el carácter oficialmente cristiano de esta máxima - que el Sabio por excelencia, el Verbo Encarnado, no rió jamás. A los ojos de Aquel que lo sabe todo y que todo lo puede, lo cómico no existe. Y, sin embargo, el Verbo Encarnado conoció la cólera y hasta conoció las lágrimas.

De modo que retengamos bien esto: en primer lugar, tenemos un autor - un cristiano, sin duda - que considera que el Sabio se detiene mucho antes de permitirse reír, como si debiera quedarle por ello no sé qué malestar y qué inquietud, y en segundo lugar, que lo cómico desaparece desde el punto de vista de la ciencia y del poder absolutos. Ahora bien, invirtiendo ambas proposiciones, resultaría de ello que la risa es generalmente patrimonio de los locos, y que implica siempre mayor o menor suma de ignorancia y flaqueza.

No quiero yo embarcarme, aventureramente, sobre la mar teológica, para lo cual no estaría sin duda munido de brújula ni de suficientes velas; me contento con indicar al lector, señalándoselos con el dedo, esos singulares horizontes.

Cierto es, si queremos colocarnos en el punto de vista del espíritu ortodoxo, que la risa humana está íntimamente ligada al accidente de una antigua caída, de una degradación física y moral. La risa y el dolor se expresan por medio de los órganos en que residen el comando y la ciencia del bien o del mal: los ojos y la boca. En el paraíso terrestre (ya se lo suponga pasado o futuro, recuerdo o profecía, como los teólogos o como los socialistas), en el paraíso terrenal, es decír, en el ambiente en que parecíale al hombre que todas las cosas creadas eran buenas, la alegría no se manifestaba por medio de la risa. Como ninguna pena lo afligía, su semblante era sencillo y liso, y la risa que agita ahora a las naciones no deformaba los rasgos de su rostro. La risa y las lágrimas no pueden aparecer en el paraíso de delicias. Ambas son por igual las hijas de la pena, y han sobrevenido porque al enervado cuerpo del hombre le faltaban fuerzas para reprimirlas. Desde el punto de vista de mi filósofo cristiano, la risa de sus labios es signo de tan gran miseria como el llanto de sus ojos...

Charles Baudelaire

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