miércoles, 30 de diciembre de 2009


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Si, a mi vez, imagino ser un clown, pues bien puedo creerme que soy un augusto. Pero también un clown blanco. O, quizá soy el director del circo. El médico de los locos, que a su vez ha enloquecido.

Gadda era un bello augusto. Sin embargo, Piovene es un clown blanco. Moravia es un augusto que querria ser un clown blanco. Mejor; es un Monsieur Loyal, el director del circo, que intenta conciliar las dos tendencias en un terreno objetivo, imparcial. Pasolini es un clown blanco del tipo agraciado y sabihondo. Antonioni es un augusto de esos silenciosos, mustios, tristes. Parise puede ser los dos: un augusto, clochard, medio bebido siempre, pero también un clown blanco impertinente, agudo, misógino, de los que abofetean al augusto sin darle ni siquiera explicaciones. ¿Picasso? Un augusto triunfal, presumido, sin complejos, que saber hacer de todo: al final él es el que vence al clown blanco. Einstein: un augusto soñador, encantado, nunca habla, pero en el ultimo momento saca cándidamente del bolsillo la resolución del acertijo propuesto por el listo clown blanco. Visconti: un clown blanco de gran autoridad, su fastuosisimo traje impresiona. Hitler: un clown blanco. Mussolini: un augusto. Pacelli: un clown blanco.


El juego del clown y del Augusto (Fellini por Fellini)

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