Lo admito; engullo música. A menudo la trago atropelladamente y sin masticarla. Pero hago lo mismo con todo. Engullo historia, para no llegar tarde. Y a veces me sienta mal y me atraganto. La noto, me campanillea la epiglotis. Y entonces la regurgito sin dudar.
Y la vuelvo a escuchar. Y créeme que hay veces que me vuelvo a atragantar. Y tozudo que soy la vomito y de nuevo a la boca la meto.
Son decenas de grupos que me vienen y me van cada semana. Es una enfermedad. Una variante de la curiosidad en tiempos de la infoxicacion. Veo una píldora sonora y me la meto, sin remedio, la necesito, sobre todo si esta sola… olvidada.
Si es una seta extraña, alucinógena, si es medicina que los médicos no recetan, si lleva un cartel de prohibido, o tiene antecedentes y efectos secundarios… entonces me la meto, una tras otra.
Y de entre todas, de verdad, solo unas pocas merecen la pena. Las que empiezan a tomar forma en tu cabeza. Las que imaginas en el panteón junto a tus viejos dioses. Las que a oscuras te penetran la epidermis. Aquellas que durante semanas o meses son un lar familiar que tu casa protege. Esas, solo esas, hacen historia.
Pues bien, de los últimos meses me quedo con Ghédalia Tazartès. Y encima lo coloco en un altar junto a otra media docena de figuras. De pequeños dioses. ¿Requisitos para entrar en este selecto grupo? Tener una carrera mínimamente amplia y no haber fallado ni uno solo de los tiros (y si lo hacen, que aunque sea las esquirlas den en blanco).
Ghédalia es un desconocido y lo será siempre. Con un puñado de discos en su haber, en 2007 volvió tras 10 años de silencio. Y acertó, como siempre acierta. Llega a la raíz, acaricia el tuétano y se hace necesario. Como toda buena droga. Otro requisito; hacerse necesario. Ante todos me confieso a menudo.
No me pidáis que os defina lo que Diasporas ofrece. Es un viaje, una cama de Loops, pero al colchón se le notan los muelles. Y al follar chirria. Y por encima de todo esta su instrumento libertador; la voz. La voz primitiva, nómada. Cantos y voces del mundo. Un caleidoscopio salmodico. Niños, ancianos y calles. Y un paisaje… decasia. Y un sinfín de arreglos. Todos ellos necesarios, no sobra nada, es casi perfecto. Una orquesta Ghédalia, un genio Tazartes.
Afrontarlo como el afronta la música.
(Soy dado a la exageración. Pero en este caso es cierto. He escuchado 6 de sus discos. Y todos son brillantes)
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